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Maulinxs por el Mundo

Moff: Nuestra representante maulina inaugura la “Residencia Mural” en Canadá

por Carola Castro

Por Carola Castro Lagos

En el mundo del arte público, Florencia Campóo se ha consolidado como una referente del muralismo en la región. Con una paleta de colores intensos y una mirada profundamente latinoamericana convirtiéndose en una verdadera embajadora del muralismo maulino. En Revista Endémica ya habíamos tenido un primer acercamiento a su obra durante su participación en Creadoras, pero desde entonces ha vivido un proceso de internacionalización que la ha llevado a recorrer distintos países como Colombia, Bolivia, Estados Unidos y ahora Canadá. 

Conversamos con ella conectadas desde Montreal a Barcelona en los últimos días de su participación en la Residencia Mural, un programa internacional de intercambio artístico organizado por la Fundación Lira y el Conseil des arts et des lettres du Québec, en lo que me atrevo a decir: un hito histórico para el muralismo chileno. 


Florencia, tú fuiste parte de Creadoras en la segunda temporada, así que ya conocíamos algo de tu historia y tu obra. Han pasado casi dos años desde entonces, ¿cómo te sientes hoy y qué ha cambiado en tu mirada artística?

No recuerdo exactamente qué dije en esa entrevista, pero sí puedo ubicarme en ese momento que trataba sobre la búsqueda conceptual de mi obra, en torno a la relación entre vida y muerte representada a través de figuras femeninas. Esto sigue presente, aunque he avanzado mucho en lo técnico. He trabajado especialmente el uso del color en murales, logrando que lo que imagino funcione tanto en el boceto como en el muro.

Ahora tengo nuevas inquietudes: quiero explorar el cuerpo humano sin tantos símbolos, incluso incorporar masculinidades. También me interesa experimentar con instalaciones y medios más tecnológicos, sin dejar de lado lo que ya hago.


Entonces, ¿estás buscando ampliar tu lenguaje artístico más allá del muralismo? Porque además de ser muralista, eres una artista visual que domina diversas técnicas, y entiendo que estudiaste artes visuales en Argentina.

Sí, estudié artes visuales, aunque no terminé ninguna de las carreras que inicié. Cursé un año de licenciatura en artes visuales y otro de pedagogía en la misma área, lo que me permitió tener una formación bastante amplia: vi dibujo, pintura, grabado, escultura. En mi práctica personal me enfoqué en la pintura en gran formato, y ahora estoy comenzando a trabajar con bastidores, con un enfoque más técnico.

Aunque me especializo en muralismo, en este tiempo he reflexionado que, más allá de esa técnica, soy artista visual. El muralismo fue el medio que encontré y por el que me sumergí, pero hoy reconozco que existen muchos otros lenguajes para comunicar.

Quiero explorarlos, porque aunque el muralismo sigue emocionándome, al convertirse en mi trabajo también implica una rutina. Estas nuevas búsquedas me permiten reconectar con la pasión por crear desde otros lenguajes.


¿Y cómo visualizas esa experiencia inmersiva que mencionaste?

Tuve una primera aproximación a la instalación durante el solsticio de invierno. Junto a Casa Maleza y Casa Lab —espacio vinculado a la compañía La Noche y Tú— organizamos un evento performático muy completo y hermoso.

Como estamos a solo tres cuadras de distancia, el evento comenzó en Casa Maleza y, a través de las performances, nos fuimos desplazando hasta Casa Lab. Allí realicé una instalación con estructuras de madera pintadas y un tejido colaborativo hecho con materiales reciclados. La escenografía colgaba del techo, y mientras una orquesta tocaba boleros y un DJ hacía bailar al público, las distintas materialidades flotaban a tu alrededor. Fue una experiencia muy sensorial y colaborativa, con elementos que invitaban a habitar el espacio de una forma distinta.


Me encanta esa mezcla y colaboración entre el teatro y las artes visuales para dar vida a una escenografía, que es un trabajo de dirección de arte. Pasando a otro tema, antes de que siquiera existiera esta sección de Maulin@s por el Mundo, tú ya habías vivido experiencias migrantes: estudiaste en Argentina, recorriste Latinoamérica, EE.UU., y ahora estás en Canadá. ¿Cómo ha influido eso en tu forma de entender el arte público?

Hace poco me reconocí como migrante. Siempre sentí que Chile y Argentina eran mis países, pero ahora veo que soy migrante en ambos. Nací en Chile, pero mi familia está en Argentina. Tengo hermanos repartidos por varios países. Esa naturaleza viajera siempre estuvo, aunque no la había reflexionado. Me cuesta estar quieta más de tres meses en un lugar, necesito moverme, explorar otras ciudades.


¿Te da la “Olguita Marina”, como dicen?

Sí, exactamente, de hecho justamente esa referencia, yo sé de más o menos qué significa, pero no la tengo incorporada porque no crecí con la cultura televisiva chilena al ser mi familia de Argentina. A veces me pesa que no sé bien de dónde soy: ¿chilena, argentina? Me he dado cuenta de que soy de todos lados, de donde me lleva el viento.

Ahora estoy en una ciudad muy cosmopolita donde hay migración de todo el mundo, noto cómo mi estilo contrasta con el de la gente local. Me gusta vestirme con colores fuertes, maquillarme, usar el pelo llamativo… y aquí en Canadá todo es más sobrio: tonos tierra, pasteles, muy ordenado. Ese contraste me hizo ver que mi esencia es profundamente latinoamericana. Lo noto en mi obra, en los colores, en las formas, en las corporalidades. Aquí en Montreal, el arte urbano tiene una estética gráfica característica: formas planas, colores suaves, líneas negras. Mis murales, en cambio, son intensos, llenos de color y tensión entre ellos. 

En relación a esto que comentas sobre tu identidad latinoamericana que se refleja en tu paleta de colores. ¿Cómo la definirías? ¿Son colores vibrantes, intensos, llenos de vida?  

Sí, uso colores saturados que generan contraste: hay mucha luz y mucha oscuridad, tonos cálidos y fríos que conviven y crean tensión constante. Esa energía entre los colores es clave en mi obra.

Podría decir que mi paleta se parece al arcoíris, pero me identifico más con los colores de la wiphala. Si tomara todos esos tonos, podría componer perfectamente uno de mis murales. Esa paleta la he visto reflejada en mis viajes por Latinoamérica —en Perú, Colombia, Bolivia—, está presente en la estética popular de la región y representa muy bien nuestra diversidad cultural.”

Me encanta, especialmente ahora que pasamos el 12 de octubre, una fecha que nos invita a reflexionar sobre la colonización y nuestra identidad latinoamericana.

Y bueno, cambiando de tema: cuéntanos qué estás haciendo en Montreal. ¿Cómo llegaste a esta residencia artística y qué significa para ti?

Primero, creo que es importante explicar qué es una residencia artística. Si no estás en el mundo del arte —y especialmente en el más académico— puede ser difícil entenderlo. Una residencia es un periodo en el que un artista se instala en un lugar diseñado para crear, explorar o vincularse con el contexto. Puede ser autogestionada, institucional o privada. Algunas incluyen alojamiento, comidas, honorarios; otras requieren que el artista pague. Hay residencias de creación, de exploración, de mediación… Yo estoy en una de mediación, con algo de creación también.

Justo hoy tuve una reunión con el encargado de la organización que impulsó este programa entre Quebec y Chile. Está respaldado por el Consejo de las Artes y las Letras de Quebec, una entidad independiente del Ministerio que busca proteger el arte de los vaivenes políticos.

Este proyecto se gestó junto a la Fundación Lira Arte Público, una de las más reconocidas en Chile en arte público. Es una residencia histórica, no solo para Chile, sino a nivel internacional, porque el muralismo —al ser una disciplina más callejera y menos institucional— no suele tener espacios como este.


Y además, el arte mural no es permanente. Se degrada más fácilmente con el tiempo, quedando a la deriva.

Exacto. Por eso es tan poco común que existan residencias dedicadas al muralismo. Esta es apenas la segunda que conozco, así que es algo histórico, especialmente para Chile. Este es el primer año del programa, un piloto que busca mantenerse por tres años. Cada año, un artista chileno viajará a Montreal y uno de Quebec vendrá a Chile.

Yo fui seleccionada para estar aquí dos meses y crear al menos un mural —terminé haciendo dos— y conectar con la comunidad artística local, especialmente del arte urbano. Montreal tiene muchísimos murales, es una ciudad muy activa en ese sentido.

Postularon cerca de 90 artistas de todo Chile. Pasé por varias etapas: revisión de portafolio, CV, carta de intención, entrevistas en inglés. El comité de selección incluyó al director de Fundación Lira, Esteban Barrera, a referentes como el Mono González y otros expertos en arte público. Finalmente, cinco artistas fueron preseleccionados y el panel canadiense eligió mi propuesta.


Guau, pero qué orgullo maulino ¡Amamos!

Sí, fue un gran aprendizaje. Casi no postulo por el síndrome del impostor, pensaba “¿para qué? No voy a quedar”. Pero hay que atreverse siempre.


Totalmente. Es muy emocionante lo que estás viviendo, y más aún siendo la primera en inaugurar este convenio. Es histórico.

Sí, y también siento que estoy representando no solo a Chile, sino a las mujeres muralistas y a la región del Maule. Así que mucho aguante, a todos quienes muchas veces quedan fuera del mapa.


Así es. Representas al Cono Sur con fuerza. Y siguiendo con la Residencia Mural, ¿has desarrollado alguna metodología en particular? ¿Qué tipo de agentes del mundo del arte has encontrado allá? ¿Qué te ha impulsado a crear los murales?

Digamos que no seguí una metodología específica para vincularme, simplemente dejé que todo fluyera, aunque siempre con la intención de dar lo mejor en cada mural. Cuando la gente se acercaba, yo era receptiva, y así se fueron dando las conexiones. Sucede que para mí, el intercambio en el muralismo siempre ha sido espontáneo. Pintar en la calle ya es, en sí, un acto performático: estás presente, creando, y la gente se acerca de forma natural. Hoy, además, las redes sociales permiten que esa conexión ocurra incluso antes de llegar a un lugar. Algunos artistas que sabían que vendría a Montreal me escribieron para conocernos. No sé si esto ocurre en todas las disciplinas, pero en el muralismo es común generar vínculos virtuales con artistas de otros lugares, conectar por afinidad estética y, eventualmente, encontrarse en algún festival en cualquier parte del mundo.

Una instancia clave fue el primer mural que pinté aquí, en colaboración con el festival Canettes De Ruelle, que reúne a artistas de graffiti y muralismo. Este año participaron cerca de 120 artistas pintando simultáneamente en un barrio, en apenas cinco cuadras. Fue una experiencia increíble para compartir y conocer a muchos colegas. Además, la gente en Montreal es muy abierta y receptiva. En cualquier evento, aunque no conociera a nadie, bastaba con pararme junto a alguien para que surgiera una conversación espontánea. Es importante destacar que Montreal tiene una identidad cultural muy particular dentro de Canadá. Estoy en la región de Quebec, que es francófona y bastante distinta de las regiones angloparlantes. Incluso dentro de Quebec, Montreal se diferencia por su apertura y diversidad. Por ejemplo, en la ciudad de Quebec, el ambiente es más tradicional y hay menos disposición a hablar inglés.

Montreal, en cambio, propicia el intercambio y la conexión. Es tan abierta que, por primera vez en mi vida, un desconocido me invitó a salir en plena calle. Así que sí, la gente aquí es muy cálida y espontánea.

¡Qué interesante! Y bueno, siguiendo con la residencia quería preguntarte cómo funciona en términos materiales. ¿Te proporcionaron alojamiento? ¿Recibes algún tipo de apoyo económico? ¿Te cubren los pasajes? ¿Cómo se organiza todo para poder sostenerte durante tu estadía fuera del país?

Sí, todo está cubierto, tanto para el artista chileno como para el de Quebec. Cada país financia a su representante, pero el monto es el mismo para ambos. En el caso de Chile, la Fundación Lira Arte Público gestionó los fondos y consiguió un apoyo del Mincap para financiar los pasajes, así que gracias a eso no he tenido que costear nada. Al contrario, recibí una retribución económica.

Esto incluye los pasajes de ida y vuelta, alojamiento —estoy viviendo en Livart, un instituto de arte que ofrece residencia a artistas de distintos programas—, viáticos para alimentación y transporte, y todos los materiales para los murales, proporcionados por la organización local MU. Además, por el mural oficial recibí un pago simbólico. Ha sido una experiencia muy completa.

Me alegra mucho, porque muchas veces acceder a estas oportunidades es difícil, y los artistas terminan costeando gran parte de lo que significa viajar. Es muy valioso que este programa sea tan integral y que pueda seguir creciendo. ¿Es un convenio exclusivo entre Chile y Canadá?

Por ahora, sí. Es un acuerdo entre Chile y la región de Quebec, no con todo Canadá.

Y sobre lo que mencionabas, desde 2020 ó 2021 empecé a viajar a festivales internacionales. Aunque implicaba invertir en pasajes y gastos, siempre lo vi como una inversión en mi carrera. La mayoría de los festivales cubren ciertos costos, pero los traslados suelen correr por cuenta propia. Para mí, valía la pena: sumaba a mi portafolio, me daba experiencia y me ayudaba a construir redes.

Si hay artistas leyendo esto, les diría que no esperen a que todo esté financiado. Es difícil acceder a esas oportunidades, pero si pueden invertir, vale la pena.

Recuerdo que en mi primer festival internacional, el organizador intentó quedarse con el dinero que habían reunido para mis pasajes. Tuve que organizar una rifa para poder viajar y estando allá me enteré de que a los demás sí les habían pagado. Yo tenía solo 20 años y fue una experiencia dura, pero hoy estoy en una situación muy distinta y lo valoro mucho.


Qué fuerte esa historia. En el mundo del arte, lamentablemente, las estafas son comunes. A mí también me pasó algo similar en una banda. Íbamos a hacer una gira en Alemania con Los Choros del Canasto y un tipo nos pidió un adelanto de 300 euros para organizar toda la gira. Al final, no hizo nada y se quedó con el dinero. Tuvimos que sacar la gira a punta de autogestión. Son aprendizajes duros, pero necesarios.

Y bueno, volviendo a lo personal: ahora que pronto regresas a Chile, y considerando que viviste tu niñez y juventud en Talca, ¿qué elementos de ese pasado maulino están presentes hoy en tu obra? ¿Qué transmites desde ese territorio cuando trabajas fuera del país?

No sé si mi obra refleja directamente la cultura de Talca, del Maule, o incluso de Chile o Argentina. Pero Talca marcó profundamente mi historia como artista. Ahí nací, ahí me acerqué al arte, al muralismo, a la gestión cultural. Siempre hablo de Talca donde voy, de la región del Maule, de su belleza natural. Agradezco haber nacido ahí, aunque fue algo fortuito: mis padres migraron a Talca y yo nací en ese contexto. Lo valoro mucho, no solo por los paisajes y la gente, sino también por el tejido cultural. 

Cuando empecé a pintar, Talca vivía un despertar artístico. Participé en espacios como La Candelaria, que ayudé a fundar y en muchos eventos que coincidieron con mi formación como artista. Después de cinco años en Buenos Aires, volví a vivir a Talca porque hay mucho movimiento, muchos artistas y gestores haciendo cosas increíbles. Es una región con una riqueza cultural que siempre tengo muy presente.


Qué lindo escuchar esto. Y sobre tu desarrollo como muralista, ¿cómo ves el panorama en la región del Maule? ¿Hay artistas que consideres referentes o con quienes compartas trabajo y que te parezca importante destacar?

Sí, cuando empecé a pintar hubo personas clave en mi camino. Una de ellas fue Darío Fuentes, conocido como N Bio, artista visual, grafitero y muralista de Talca. Su obra, especialmente sus pajaritos que mezclan graffiti con un lenguaje pictórico, me impactó mucho. Darío fue muy generoso conmigo. Incluso se tomó el tiempo de hablar con mi padre para convencerlo de que me dejara ir a mi primer festival de muralismo, porque él estaba preocupado de que su hija pintara en la calle en un ambiente desconocido para él. Ese gesto lo valoro profundamente.

También conocí a Pedro Uilli en 2017, un artista que admiro mucho por su constancia y talento. Somos grandes amigos, y es muy bonito compartir esa admiración mutua.

Y pienso también en Caro Carrera, una gran artista de la región. Aunque no se dedica al muralismo, fue muy solidaria conmigo cuando recién comenzaba. Nos hicimos amigas, y me acompañó en gestiones importantes, como buscar financiamiento para mis proyectos. 

Estas tres personas han sido fundamentales en mi desarrollo como muralista y como artista.

Me encanta. Caro Carrera, además, tiene varios murales dedicados en Talca y es muy querida en la ciudad. Yo también me sorprendí al ver su trabajo artístico reflejado en distintos rincones.

Sí, ella siempre ha estado presente en el territorio, no desde lo institucional, sino desde lo genuino: en la calle, con la gente, con su arte.

Exacto. ¿Y cómo ves la proyección del muralismo en la región del Maule? He visto que hay movimiento, no solo en Talca, también en las otras ciudades.

Creo que el muralismo está creciendo poco a poco en Chile, más allá de Santiago y Valparaíso. En el Maule hay artistas como Paz Ahumada en Talca,  en Linares está Liw Ko, Espe Fuentes en Parral… cada vez hay más mujeres pintando en la calle, lo cual es muy bonito.

Aun así, falta mucho. El muralismo sigue siendo un lenguaje que a veces se percibe como lejano o incluso conflictivo. En Chile, las heridas sociales —como la dictadura o, incluso, el estallido social que hay personas que lo ven como algo negativo— han dejado cierto recelo hacia el arte en el espacio público.

Pero creo que el camino es seguir pintando, seguir generando manifestaciones artísticas que dialoguen con el contexto, que no solo provoquen, sino que también busquen integrar. Yo sigo postulando a fondos para organizar un festival. En 2018, junto a La Candelaria, hicimos uno y me encantaría repetirlo. Hay muchas paredes por pintar y artistas con ganas de hacerlo. El avance es lento, pero constante.

Totalmente. La colaboración entre artistas es clave. En otros países, como Colombia, hay varias experiencias de cómo los murales han transformado barrios, resignificando espacios que antes eran considerados peligrosos. El muralismo tiene ese poder de cambiar miradas, de construir comunidad.

Y ya para cerrar esta entrevista, ¿qué viene ahora para ti? ¿Después de esta residencia, qué planes tienes? ¿Más festivales, nuevas fronteras, otros proyectos?

Por ahora no tengo proyectos agendados para mi regreso, así que mi agenda está abierta para quien quiera hablar de murales. Sigo postulando constantemente, con la esperanza de que entre tantas solicitudes, alguna resulte.

En cuanto a mis aspiraciones, tengo un sueño claro: pintar en gran formato, pero realmente grande, de 300 m² hacia arriba. Me encantaría intervenir un edificio completo, hacer un mural vertical de gran escala. Sé que va a suceder, porque soy constante y comprometida con mi trabajo.

También sigo postulando a festivales. He recorrido Latinoamérica, Estados Unidos y ahora Canadá. Me encantaría cruzar el charco y pintar en Europa, donde hay festivales increíbles, edificios imponentes y contextos culturales muy ricos. Esta residencia ha sido mi primera experiencia formal en este formato y aunque no es común que existan residencias para muralismo, sí las hay para pintura, instalación y otros medios. Me interesa desarrollar proyectos que me permitan acceder a esas otras residencias también.

Además, he trabajado mucho como gestora cultural, redactando y postulando proyectos, especialmente en la región del Maule. Espero que esa labor también siga creciendo y expandiéndose.


Me encanta escuchar todo esto. ¿Hay algo más que te gustaría agregar antes de cerrar? Algún mensaje sobre la internacionalización del arte, que es justamente lo que buscamos visibilizar con Maulin@s por el Mundo.

No se me ocurre algo puntual, pero como reflexión final, diría que con trabajo consciente, disciplina y mucha, mucha paciencia, se pueden alcanzar estas oportunidades. Puede parecer difícil, pero no es imposible. Hay que ser curiosa, estar siempre buscando y postulando, sin frustrarse si no se logra a la primera. Al principio, yo me ilusionaba con cada postulación, me imaginaba ya en el lugar y cuando no quedaba, la decepción era enorme. Con el tiempo entendí que los procesos de selección tienen muchos factores, distintos jurados, criterios variados. No quedar no significa que tu arte no sea bueno. A veces hay que seguir puliendo, ser autocrítica, pero también compasiva contigo misma. He sido seleccionada en festivales donde antes no quedé, así que la persistencia es clave. El mundo del arte —no solo el muralismo— está lleno de oportunidades: festivales, residencias, fondos. Y no todo es Fondart. Hay muchas fundaciones, ministerios y organizaciones que apoyan proyectos.

Así que sí, se puede vivir del arte. Y se puede vivir haciendo arte.