MENÚ

DestacadossingleMaulinxs por el Mundo

Sagrada & Migratoria: El universo artístico de Chantall Márquez 

por Claudia Araya

Disfruta de esta tercera entrevista de MAULINXS POR EL MUNDO en donde conversamos con la artista curicana Chantall.

Entrevista por Carola Castro Lagos

Fotografías: Camila Bastías y archivo personal

En esta búsqueda de maulinxs por el mundo, me hablaron de Chantall Márquez @alineandome: curicana, artista multidisciplinaria y gestora cultural, radicada en Barcelona hace unos años. Publicista, ilustradora, artista visual y textil, tatuadora y productora por vocación, Chantall ha sabido tejer redes y espacios donde el arte, la música y la performance se encuentran, como en Revive, productora de arte social de la cual hoy forma parte.

Hoy, junto a su colega Mercedes de Revive Social Art y la Galería de Arte La Guacara, en pleno barrio del Raval —histórico enclave migrante y cultural barcelonés— forma parte como productora creativa y curadora de exposiciones de artes visuales y residencias artísticas dialogando con este vibrante entorno, donde coexisten museos de renombre, talleres autogestionados y bares con historia.

Fanzinera convencida, Chantall ha impartido talleres en distintos formatos y sigue cultivando un fuerte vínculo con el Maule: Co-fundadora del Taller de Artes y Diseño en Curicó junto a Caro Zenteno, con quien actualmente produce una residencia en Barcelona y creadora de  la revista In Situ. Cree firmemente en el ida y vuelta creativo entre el territorio y el mundo, y sueña con construir puentes que conecten a artistas maulinxs con experiencias internacionales. Productora inquieta y curadora apasionada, Chantall pone siempre una pregunta en el centro de cada proyecto: ¿Qué queremos decir con esto? Desde ahí, nace todo lo demás.

Nos instalamos en el patio de Revive donde Chantall montó su exposición “Sagrada y Migratoria” y nos contó parte de su historia de arte y migración.

Antes de entrar en detalle, situémonos un poco: ¿Quién eres tú y de dónde vienes? ¿Cómo nació tu camino creativo y cómo se ha ido desarrollando tu trabajo artístico, especialmente desde tu raíz maulina?

Soy Chantall, nací en Curicó, así que sí, soy curicana y maulina, aunque a veces se me olvida decirlo. Haber crecido en una región campesina es algo que me identifica profundamente y me llena de orgullo.

Soy artista visual y siempre he estado vinculada a la creación en múltiples formas y formatos. Después del colegio me fui a Santiago a estudiar publicidad, aunque en realidad siempre quise estudiar arte. No lo hice por miedo: pensaba que si estudiaba arte terminaría siendo profe, y no me imaginaba en ese rol. La publicidad me pareció una opción creativa, así que entré a la Uniacc, fascinada porque tenían un ramo llamado “clínica de la creatividad”. Pero al año me arrepentí. No me interesaba hacer que McDonald’s vendiera más hamburguesas. Aún así, terminé la carrera porque mi familia me apoyaba económicamente y sentí que debía acabar lo que había comenzado

Claro, además cuando una se va, los papás no te pagan solo la carrera, sino todo lo que implica irse de una región a la capital.

Bueno sí, el departamento, una mesada que no eran muchas lucas, comía con la Junaeb. Y tampoco tenía la seguridad ni la rebeldía para decir: me voy a cambiar. Estaba muy al alero de mi familia, así que fue como: bueno, ya está, sigo nomás.

Terminé publicidad, me titulé e intenté entrar en ese mundo… pero no me gustó. Me frustré mucho, sentí que nada tenía sentido y que había perdido tiempo y dinero. Estudié con el CAE, que es todo un tema y aún lo estoy pagando. Y bueno… me fui por las ramas, pero todo esto tiene que ver con cómo me presento, ¿no?

Sí, todo esto es parte de tu construcción como artista y gestora.

Exacto, ser artista también es una decisión. En un momento pensé: no tiene sentido trabajar en una gran empresa, y opté por el arte, el diseño, la pintura, la autogestión. Elegí ser independiente, crear redes, moverme, probar caminos. Eso era lo que tenía más sentido para mí. Además, vengo de una familia independiente: mis papás nunca tuvieron jefes, ellos cortan el pelo. Crecí con esa idea de no depender de un sistema empresarial tradicional. 

Y claro, me imagino que no fue tan fácil para tus papás al principio llegar a fin de mes y todo eso.

No, para nada. Pero con los años construyeron una clientela fiel. Ellos me demostraron que sí se puede, aunque con muchos sacrificios. Eso es algo que he intentado resignificar con el tiempo. Porque siendo de región, del Maule, de un entorno rural, y más aún viviendo en el extranjero, el arte se vive como una forma de resistencia. Al principio era todo cuesta arriba: iba a ferias con una maleta enorme, sin comer, sin vender nada, y aún así pensaba: no importa, hay que seguir. Fueron años así.

Perdona, volviendo un poco atrás… Cuando terminaste de estudiar, ¿intentaste primero trabajar en Santiago?

Sí, estudié cinco años y me quedé un sexto intentando trabajar en una agencia, pero no resultó. Entonces volví a Curicó y decidí intentarlo allá. En total estuve como seis o siete años entre estudiar y trabajar antes de venirme a Barcelona.

¿Volviste a Curicó en 2015, algo así?

Sí, entré a estudiar en 2010, terminé en 2015 y volví a Curicó en 2016. Ahí puse mi primer stand en una feria.

¿En cuál feria?

En la Ecoferia Alternativa, que se hace todos los meses en Curicó. Estuve como tres años participando ahí. Fue súper importante, porque conocí a otras mujeres artistas y autogestionadas, muy ligadas a la creatividad y el buen vivir. Muchas de ellas vivían de su arte y en esos espacios —que eran casi en su totalidad organizados por mujeres— también aprendí mucho sobre feminismo y trabajo colaborativo. La municipalidad solo ponía el toldo, el resto era todo autogestión. Esa etapa fue fundamental para reconocerme como artista, curicana y multifacética. Durante años me debatí entre varios roles —diseñadora, publicista, freelance— hasta que decidí quedarme en Curicó, reinventarme y lanzarme como independiente. Fueron siete años de encuentros, talleres y ferias, aprendiendo a moverme sola.

Produciendo, en el fondo.

Exacto, pero sin saber que eso era ser productora. Solo seguía el impulso de hacer que las cosas pasaran. Una vez me pidieron que me describiera y escribí: me encanta hacer que las cosas sucedan, y creo que eso me define mucho. Si alguien dice “hagamos algo”, yo sé cómo armarlo para que ocurra. No sabía que eso era ser gestora cultural, simplemente me salía natural. Si tú haces fotos y otra canta, las conecto para que trabajen juntas; si alguien tiene patio, armamos el evento ahí. Para mí es algo muy orgánico, como hay quienes sienten lo orgánico en cuidar o estudiar… lo mío es juntar gente, generar movimiento. Me fluye.

Y mientras tanto, ¿también trabajaste con una editorial, no?

Esa etapa fue clave: por primera vez pude decir con propiedad que era artista, curicana, del Maule y multifacética. Fue entonces cuando empecé a colaborar con mujeres que autopublicaban libros, poemarios y fanzines. Como sabía diseñar y maquetar, me pedían apoyo visual y de difusión. 

Ahí entendí que podía aplicar mi arte en múltiples plataformas y ayudar a que esos proyectos circularan. Con el tiempo, dejé de sentir culpa por haber estudiado publicidad. Me reconcilié con ella, porque me di cuenta de que me dió herramientas súper útiles. Hoy, si quiero vender pan, sé cómo hacerlo; si quiero montar un festival, también sé cómo producirlo. Aprendí mucho en terreno, trabajando con mujeres autogestionadas, y entendí que la publicidad puede estar al servicio de proyectos con sentido: locales, colectivos, feministas, invisibilizados. Así que ahora sí, me siento orgullosa de lo que estudié.

Y ya en el presente… ¿Cómo fue el proceso de venirte a Barcelona? ¿En qué momento lo decidiste y qué te impulsó? 

Es curioso, pero hablando con una amiga de infancia recordamos que desde pequeñas soñábamos con irnos. Jugábamos con Barbies imaginando que vivíamos en Jamaica o en otro país. Yo decía: “vivo afuera y vengo de visita”. Hoy, con 33 años, estoy viviendo ese sueño.

Desde niña me imaginaba en el mundo del arte. Veía series como Sex and the City y soñaba con tener una galería, vender mis dibujos, ver exposiciones. No sabía cómo llegaría ahí, pero lo deseaba profundamente. Cuando volví a Curicó tras estudiar, muchas amigas ya se habían ido. Yo también quería, pero no era una opción: migrar es un privilegio. Requiere redes, contactos, dinero. Admiro a quienes se lanzan con lo justo. Yo al menos conocía a un par de personas acá y aunque no tenía claro a qué venía, contaba con algo de red.

¿Y cómo te recibió Barcelona? ¿Era tu destino inicial?

Mi plan original era Berlín, con una visa working holiday. En Curicó trabajé y ahorré para el viaje, usando como excusa un cortometraje que había hecho con amigos: Mar y Cielo, producido por Fenn, una productora de cine ecológico en Berlín. Lo grabamos durante el COVID en Chile y luego se movió por festivales en Latinoamérica y Europa.

Un día me invitaron a presentar el corto y su dirección de arte en un evento. Tenía algo de dinero ahorrado y decidí ir. Así comenzó mi viaje: primero Barcelona, luego Berlín, en lo que fue una especie de mini Eurotrip.

¿Pero fue más bien un Eurotrip de trabajo?

Sí, un tiempo con ellos, dando talleres y presentando el corto. Pero también me encontré con una realidad muy distinta. Tenía un inglés pésimo, me sentía una Carmela total. Todos hablaban siete idiomas y yo apenas podía expresarme. Pensaba en mis papás, todo el esfuerzo que hicieron para mandarme a un colegio caro… y yo sin saber inglés. Fue duro.

Claro, es que crecer en el fin del mundo y tener contacto solo con el español, es fuerte.

Sí, me golpeó mucho. Me di cuenta de las diferencias de acceso y de oportunidades. Estuve muy bajoneada por eso. Después de pasar tres meses acá, volví a Chile a cerrar ciclos, proyectos y organizarme. Me propuse estar seis meses allá y volver con un plan. Mi idea era instalarme en Berlín para hacer tattoos de 10 cm por 200 euros. Ya tenía un lugar donde llegar, sabía con quién vivir, tenía casi todo listo, pero la visa no resultó.

Entonces apareció Barcelona. Me invitaron a un taller en Poble Sec y la ciudad me encantó: la playa, el ambiente… Sentí que debía quedarme. Al principio fue hermoso —vivir cerca del mar, tener taller—, pero con el tiempo, el peso de estar lejos empezó a sentirse.

¿Eso fue en 2022?

Sí. Y aunque al comienzo fue bonito, después se volvió difícil. Estaba sola, sin papeles, y además te das cuenta de que eres “la sudaca”. En un momento de desesperación, le pedí a una amiga que nos casáramos para regularizar mi situación. Nuestra relación ya estaba quebrada y el proceso fue muy desgastante. Así que los primeros meses fueron duros, también trabajé en un restaurante que cerró, luego cuidé guaguas, hice limpieza… de todo un poco. Fue muy difícil, sobre todo por el tema de los papeles.

Además, seguía emocionalmente atada a Chile. Estaba en Barcelona, pero mi mente seguía allá. Por suerte, mi terapeuta me ayudó a aterrizar, me dijo: “Tienes que soltar Chile. Ya no vives allá. Estás en Barcelona, en una de las capitales culturales del mundo”. Ese mismo día me regalaron una bicicleta, y al recorrer la ciudad empecé a sentir que realmente vivía aquí. 

Pero en medio de ese caos nació algo importante, ¿no es cierto?

Sí, ahí nació Sagrada y migratoria, el proyecto que tengo detrás mío ahora. Todo se me vino abajo: la relación, la casa, los papeles… Me sentía sin nada, pero estaba en Barcelona y me pregunté: ¿Qué puedo hacer con lo que tengo? El arte apareció como salvavidas. Sin dinero para materiales, empecé a pintar sobre objetos encontrados en la calle. Ya trabajaba con pintura textil en Chile, pero esta vez fue distinto: nació desde la necesidad de soltar. Justo tenía una fecha para exponer, y aunque no tenía nada, esa urgencia me impulsó a crear.

¿En qué lugar expusiste esa vez?

Mi primera exposición fue en un espacio privado en Gràcia, gracias a una amiga. No sabía bien qué mostrar: tenía unos óleos antiguos y un proyecto textil en pausa. Justo había tenido que dejar mi casa y vivía entre bolsos, rotando por casas de amigas. Siento que usé esa exposición para armarme una casa dentro de la muestra. Llevé mis velas, ropa, plantas, pinturas, todo. Armé una instalación con mis cosas, como si fuera mi espacio íntimo puesto en una galería. Así nació Sagrada y migratoria, mezclando óleo y textil, aunque con el tiempo me quedé más en lo textil, porque el óleo requiere más tiempo, y acá el tiempo vuela.

¿Y luego te empezaron a invitar a otros espacios?

Sí, ahí fue cuando empecé a conceptualizar todo el proceso: el duelo migratorio, la reconstrucción identitaria, las emociones que atraviesas cuando migras. Yo no sabía que existía el término “duelo migratorio”, lo viví sin ponerle nombre y lo saqué a través de la pintura. Gracias a esa muestra conocí a Mercedes, del proyecto Entresuelo, quien me invitó a exponer en su galería en el Raval. En julio del año pasado hicimos un evento con talleres, performance e inauguración. Se armó un colectivo en torno al proyecto, y entendí cuántos artistas están viviendo lo mismo: buscando espacios para compartir, hablar y conectar.

Fue como cumplir un sueño de infancia: estar en galerías, rodeada de artistas, creando comunidad. Pasé de una faceta  de artista a una de producir eventos, coordinar talleres, performances… y entender que este trabajo también es crear escenarios para que otrxs brillen.

Entonces tu proceso personal terminó conectando con otrxs…

Totalmente. El arte es eso, colectivizar sentires y eso sana. Sagrada y migratoria nació en un momento oscuro, cuando no me podía levantar de la cama, cuando pensaba si volver a Chile o no. Al ponerle nombre y compartirlo, se abrieron muchas conversaciones. No todos acceden a terapia y el arte también puede ser una forma de sanar.

Parece que cada vez que llegas a un lugar, creas un pequeño universo colaborativo. ¿Cuál es el secreto para sostener esas naves artísticas entre amigxs, redes y autogestión?

Qué linda esa analogía. Todo ha sido muy orgánico, aunque claro, requiere energía y he aprendido a valorarla en mí. Trabajar en colectivo te transforma internamente. Hacer un evento en Curicó es muy distinto a hacerlo en el Raval, una cree que sabe y se da cuenta de que no sabe nada. Aprendí muchísimo, no solo a nivel técnico, también en lo humano.

Migrar te vuelve más tolerante. En Curicó me quejaba por la falta de espacios, pero acá ves realidades muy distintas. Recuerdo estar bañándome en la Barceloneta junto a chicas completamente cubiertas. Ahí entiendes las diferencias culturales y sociales. Muchas personas huyen de guerras o persecuciones. Una llega creyendo en la “promesa europea” y descubre que también está sobreviviendo. Más allá de producir eventos, lo más valioso ha sido el crecimiento interior: abrir la mente, soltar prejuicios y aceptar otras formas de vida.

Sé que el Maule sigue presente en ti y que ahora has estado desarrollando proyectos que conectan con el territorio, como la residencia de Caro Zenteno. ¿Cómo imaginas tú estos procesos de ida y vuelta? ¿De qué forma podrían construirse vínculos reales entre el Maule y otros lugares, como en este caso, Barcelona?

No tengo un plan cerrado, pero sí una certeza: quiero seguir creando puentes. Todo lo que he aprendido aquí siento que debo compartirlo con mi gente. Siempre trabajo con amigxs, y si puedo elegir a alguien para un proyecto, pienso en lxs míxs. Cuando me ofrecieron curar un ciclo en la galería, lo primero que hice fue incluir a alguien de Chile, y si es del Maule, mejor. Es mi forma de mantenerme cerca de lo que soy.

Caro Zenteno, por ejemplo, fue clave en que yo me reconociera como artista. Tener la oportunidad de invitarla y verla exponer aquí ha sido muy significativo. Me encantaría seguir generando este tipo de intercambios. A mí me ha cambiado la vida que alguien me haya abierto una puerta, que dijeran mi nombre. Si ahora puedo hacer eso por otrxs, quiero hacerlo. Porque yo también estuve allá esperando oportunidades. Y recibir esa invitación, ese “¿quieres venir a mostrar tu trabajo?”, puede cambiarte todo.

¿Cómo fue esta primera experiencia con Caro Zenteno?

Muy bonita. El trabajo de Carola está muy conectado con la tierra, con lo natural, con lo que otros ven como desecho y ella lo transforma en un tesoro. Me hace mirar el suelo y recoger palitos, algo que acá nunca hago. Siento que traer artistas del Maule es también traer un pedacito de esa raíz, de ese olor a tierra, a mate, a churrasca.

(*Puedes conocer más de Caro Zenteno, en nuestro capítulo de Joyas del Maule, disponible aquí)

También hay algo de contracultura en eso. Acá en Barcelona, lo que era contracultura ya se volvió parte de la cultura dominante. En cambio, lo que se hace desde lugares como el Maule puede ser más disruptivo desde otro lugar.

Sí, totalmente. Todo depende del contexto. No es lo mismo ser punk en Chile que en Europa. Y vivir en una ciudad como Barcelona te atrapa: estoy en el Gótico, rodeada de concreto, edificios antiguos y de gárgolas… Así es fácil desconectarse de lo natural.

Tú trabajas con muchos formatos: textiles, handpoke, fanzines, producción. ¿Cómo decides en qué espacio o soporte vive cada obra?

No lo pienso tanto, va apareciendo. Cada técnica responde a una necesidad emocional o práctica. Por ejemplo, el tattoo siempre ha sido una fuente de ingreso. Lo amo, me ha enseñado precisión y paciencia, pero lo hago para vivir. Los talleres también funcionan así. El tattoo me da comida y techo.

¿Es lo que más te sostiene económicamente?

Sí. La producción, en cambio, es voluntaria. Muy pocas veces me han pagado por eso. Lo hago porque me gusta, me conecta con otras personas, me saca del encierro. Es una forma de socializar y generar redes. La pintura textil es más catártica: cuando necesito crear, simplemente empiezo a pintar y luego todo se va armando solo. No es algo tan planificado.

El fanzine es lo más colectivo. En Chile era algo más introspectivo, pero acá, en Barcelona, lo hago también como ejercicio para mantener una práctica análoga, más manual, lejos de la pantalla. Me ayuda a no olvidar escribir, cortar, pegar. Me cuesta escribir porque ya no tengo tanta paciencia y siento que eso viene de haber dejado de lado lo análogo.

Aunque hayas cruzado océanos, ¿qué imágenes, sonidos o afectos del Maule siguen bordando tu obra desde la distancia?

La familia y la calidez siempre están presentes. Cada vez que creo, surge un anhelo por el territorio y el linaje. Antes de volver a Chile, pinté una tela llena de símbolos: una marraqueta, una carretera, la palabra “mamá”, la cordillera. Estaba desesperada por volver, llevaba más de tres años sin ir. Necesitaba ver a mi madre, oler el pan, mirar la montaña.

Aunque viva en Barcelona, las imágenes que uso siguen siendo del Maule. Si dibujo una montaña, es de Los Queñes, no de los Pirineos. Si pinto el sol, es el que veía en Tilicura, no el de la Barceloneta. Si aparece el mar, es Iloca o Pichilemu, no el Mediterráneo.

La ciudad entra en mi obra solo como fondo: edificios, cemento… pero el resto es memoria, es mezcla, una fusión entre lo que vivo ahora y lo que sigue latiendo desde allá.

Muchas gracias por todas estas reflexiones Chantal ¿Hay algo que quieras agregar?

Solo agradecer esta invitación. Me parece valioso detenerse a mirar lo que una hace, sobre todo cuando estás lejos, sobreviviendo en otro país. Ahora tengo residencia, pero no permiso de trabajo. Suena fuerte, pero sí, estoy sobreviviendo. Y aunque intento disfrutar, el arte es lo que me da sentido, lo que me impulsa. Esta entrevista ha sido una pausa necesaria. Venir de Chile, volver acá, entrar en una nueva etapa como artista, migrante, mujer… y tener este espacio para reflexionar y sentirme reconocida, es muy significativo. Gracias por eso.