Linares no suele estar en los listados de las grandes capitales de la arquitectura mundial. Pero este año, junto a ciudades como Shanghái, Milán o Nueva York, apareció entre los reconocimientos de la prestigiosa revista Architectural Record.

En donde el adobe resiste con dignidad el paso del tiempo, Felipe Alarcón, arquitecto y académico, ha hecho del oficio un acto de memoria. Lejos del bullicio capitalino, desde Linares —su ciudad natal— construye una propuesta silenciosa pero poderosa: resignificar lo rural desde la arquitectura, con una ética basada en la justeza, el arraigo y la observación aguda del entorno.
El arquitecto Felipe Alarcón es egresado de la Pontificia Universidad Católica de Chile y fue recientemente distinguido como uno de los diez ganadores del premio Design Vanguard 2025 de Architectural Record. “Es transgresor que aparezca Linares en esa lista. Siempre insisto en que así figure. No Santiago. Y eso, ya en sí mismo, es un aporte”, dice con convicción.
El Design Vanguard 2025 es uno de los reconocimientos internacionales más relevantes para estudios jóvenes de arquitectura. Otorgado por la influyente revista Architectural Record, el premio identifica y visibiliza cada año a firmas emergentes que están marcando una diferencia en la arquitectura global.
Desde el año 2000, Design Vanguard ha operado como una suerte de radar adelantado: detecta prácticas audaces, en sus primeros diez años de existencia, que se destacan por su capacidad de innovación, su mirada crítica del entorno y su apuesta por lenguajes propios. Figuras como Bjarke Ingels, Tatiana Bilbao y Alejandro Aravena formaron parte de generaciones anteriores. Ahora, es el turno de Alarcón, cuya obra —según el jurado— se construye en el cruce entre estructura y arte, abriendo nuevas rutas para pensar la arquitectura desde el sur del mundo.
El listado de ganadores de 2025 incluye a estudios de Milán, Shanghái, Ginebra, Los Ángeles y Ciudad de México, entre otros.


La oficina de Felipe Alarcón no tiene un nombre rimbombante ni una estructura empresarial tradicional. Es más bien, una extensión de su identidad, una forma de mirar y actuar el territorio. “No es una empresa como tal. Es un ejercicio personal, con colaboradores que aparecen según los proyectos. Todo parte desde la experiencia individual”, explica.

Esta sensibilidad por el entorno tiene raíces familiares. Su padre, Pablo Alarcón, no era arquitecto, pero sí un apasionado autodidacta del diseño. Felipe recuerda que cuando era niño, en los 90, su papá le conseguía revistas italianas de arquitectura. “Él nos enseñó que con lo que se tiene a la mano se pueden hacer cosas valiosas”, menciona.
En su trayectoria, hay tres pilares claros: el diseño arquitectónico, la labor académica y la investigación. En esta última se enmarca uno de sus aportes más singulares: el libro Vivienda Rural en el Valle Central, publicado por Ediciones ARQ UC, es una recopilación rigurosa de casos de viviendas campesinas, levantadas con materiales disponibles, sin planos, sin arquitectos, pero con una lógica funcional. “Me di cuenta de que estas casas tenían una configuración común, aunque estuvieran a 250 kilómetros de distancia. Era un conocimiento colectivo que no estaba registrado y que está desapareciendo”, cuenta.
Y tal vez esa es la clave del reconocimiento: no es el glamour del encargo espectacular, sino es esa coherencia profunda entre lo que se piensa, se construye y se vive. En dibujar con humildad, en enseñar con convicción, en levantar con sentido.
Felipe Alarcón no busca una arquitectura que deslumbre. Busca una arquitectura que pertenezca. Que hable el idioma del terreno, del clima, del oficio heredado. Una arquitectura que no imponga, sino que escuche.

Por eso, cuando su nombre apareció entre los diez seleccionados del Design Vanguard 2025, no fue solo un triunfo personal. Fue también una grieta luminosa, una forma de decir que sí, que desde Linares también se puede.
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