Pedagogía y filosofía en tiempos de Pandemia es una columna de opinión del profesor de filosofía Pedro Lastra Gutiérrez, Magister en Artes Liberales Universidad Adolfo Ibáñez, que invita a la reflexión.
(Agradecimientos a Alex Castro Herrera por las correcciones y sugerencias, Magister en Didáctica del Inglés Universidad Católica del Maule, Profesor de Inglés ).
Quisiera comenzar aclarando que esto es una reflexión, un punto de vista subjetivo y particular. No represento a ninguna institución pública o privada por lo cual, soy responsable de mis opiniones. Y espero generar un diálogo en torno a este tema y no ataque personal.
Lo segundo es dar gracias a los profesionales del área de la salud y aquellos que, por fuerza de ganarse el sustento diario, deben enfrentar el riesgo de la enfermedad. Las palabras nunca serán suficientes.
Hace poco escuché una entrevista de radio cooperativa que abordaba el tema de la disminución de matrículas en las carreras de pedagogía, una tendencia significativa en los últimos tres años. El entrevistado, un decano de una universidad privada en Santiago, interpretaba que la caída se debía a tres factores; el miedo a la escasa proyección profesional, las pésimas condiciones laborales de los docentes y la falta de reconocimiento social.
Sin duda nada nuevo bajo el sol. Lo significado de lo anterior, es que pesar de las becas y los programas de estudios focalizados que impulsan las distintas universidades para captar estudiantes egresados, la situación tiende a la baja. Pensar que las circunstancias son el detonante de tal situación, es una respuesta perezosa. Se arrastran razones más subterráneas y poco amistosas sobre la pedagogía que deberíamos enfrentar.
Por razones de espacio solo expondré una; el pedagogo carga con el estigma de la vocación. Esa cruz que solo le pertenece a los mártires o los idiotas que piensan que un profesional debe pagarse con la sonrisa de los niños, ese romanticismo del abnegado/a que debe aguantar cualquier humillación por el bien común, ha sido la excusa perfecta para el sometimiento y el servilismo. Lo anterior es rematado con esa palabra que ha servido a tiranos y chantajistas durante siglos… el amor, el amor a la labor docente.
Nos vemos enfrentados a la paradoja de los intereses personales: “tú sabes que con lo que estudiaste no ibas a ser rico” ¡No se trata de eso!, se trata de que como sociedad dejemos de enseñar a nuestros hijos a valorar al otro por el sueldo que recibe, por el auto que conduce, por la casa en donde vive. Hay quienes manipulan las aspiraciones de los estudiantes diciéndoles: “asegura tu futuro” “estudia algo que te haga feliz”, una felicidad que se compra, una felicidad que es igual a lo que se gana. Si los jóvenes aprendieron a competir y a servirse de los demás ¿Por qué se sorprenden que no elijan una carrera que no les ofrece nada a cambio? Ha se me olvidaba, está la sonrisa de los niños.
Esta es una carrera de cínicos, como aquel filósofo que le dijo al hombre más poderoso del planeta que se moviera porque le tapaba el sol. Pero nos acostumbraron a ser cobardes, a medir, adiestrar, calcular, calificar, orientar, convencer que existen oportunidades… porque somos el mal necesario de las instituciones privadas, nos miran con desprecio, por debajo del hombro, ninguneados, expulsados, despedidos si hablamos más de la cuenta, vendase, guarde silencio, evalué, llore, siga siendo hipócrita porque el resto lo hace sin problemas. Seguimos siendo “cínicos”, pero no a la manera de Diógenes.
Los jóvenes y los niños esperan algo más, lo veo cada día en sus caras, alguien que llegue con palabras honestas y que le importe un verdadero comino “el qué dirán”, pero eso solo existe en las series de televisión, porque para la gran parte de la sociedad, seguiremos siendo los flojos, los que tienen dos meses de vacaciones, los ideologizados, rojos amarillos fachos y zurdos, no importa el color, usted puede seguir lavándose la boca con la “vieja” con el “viejo” que no le dio el puntaje para estudiar otra cosa… no los disculpo, crecí escuchándolo y lo sigo haciendo.
Hay una leyenda que cuenta que cuando Siddhartha alcanzó la iluminación, y se trasformó en el Buda (el despierto) los dioses del panteón hindú descendieron y le suplicaron que enseñara. Los primeros intentos fueron un fracaso, en apariencia Siddhartha seguía siendo el mismo, pero no desistió y con el tiempo tuvo un puñado de discípulos que aprendieron su doctrina. La vocación es un impulso a entregar el conocimiento para el bien del otro, pero nunca en desmedro del que enseña, nunca en beneficio de terceros que se enriquecen a costa de aquello. Pero usted sabe que acá las cosas marchan al revés.
Para terminar, quisiera recordar a mis maestros que de alguna u otra forma marcaron mi vida, veo en ellos orgullo, ambición y coraje, no hay peor reconocimiento que aquel que nace de la lástima, no somos los pobrecitos tristes profesores, que se la pasan quejando de la mala paga.
Espero que no se hayan sentido ofendidos, fue una pequeña invitación a disfrutar del día soleado dialogando, en medio del desastre que se avecina.