Revista Endémica

Literatura

OTRO SIMPLE CUENTO DE AMOR (o Lesbidrama)

Por Claudia Araya

Séptimo cuento de La Gran Intemperie, libro de la cuentista y dramaturga maulina Masiel Zagal. (Autora de “Avenida El Dique”, “Lucila, la niña que iba a ser reina”, “La mujer quebrada” entre otros. Profesora de Castellano y Magister en Humanidades: Literatura y Artes Visuales). No te pierdas cada sábado un cuento distinto e ilustrado de manera exclusiva para esta tercera edición.

Ilustradora de esta semana: Mariana Riquelme

 

 

OTRO SIMPLE CUENTO DE AMOR

(o Lesbiandrama)

 

Esta es una historia simple. Empieza en una discoteca aunque más bien puede ser en un salón de evento, en una fiesta pachanguera y abajista, en una capital regional, en un país con historias fatales de discotecas, pero ésta es una historia simple, ya sabrán de lo que hablo. Hay una mujer bailando, supongamos que se llama Delfina, nombre coherente con una historia simple, y Delfina baila, aunque pocas veces ha bailado, de manera no exactamente eufórica, sino, siendo francos, de manera adolescente. Música de fondo. Vamos a bailar suavito bajo el son del sabrocito. Hay luces, hay un escenario, hay una banda tributo tocando, también hay otras personas, cada quién en lo suyo. Delfina baila al medio de la pista. La verdad es que sólo está drogada creyendo bailar. Eso no importa. El resto no importa. Esto es simple: después de caerse un par de veces, más por torpeza que por otra cosa, se le acerca la cantante célebre de la noche, la que inició la fiesta con trova y folclor, la que tenía fama de romántica empedernida y amante entusiasta. Se le acercó, iba diciendo, y después de intercambiar frases que ninguna de las dos recordaría, se besaron. Tampoco recordarán quién besó primero, sólo quedará presente la alegría en los otros labios, recíprocamente. Hace cuánto no había alguien que recibiera sus besos con alegría, pensó Delfina, mientras atraía contra sí a Natalia Carvacho pendiendo de su aliento, sonriendo en cada beso, entregándose, invadiendo. Ese primer destello de conciencia fue el punto del no retorno. Delfina, que es de quien estamos hablando, creía que deliraba y su éxtasis se acrecentaba a cada minuto. Es ella, es ella, de la que todos hablan, ella, la que todos pretenden conocer, la campesina sensiblera con voz de sable, la huasa contestataria, la rebelde doblegada, cuyas canciones coreé, cuyos conciertos seguí y nunca supe por qué me gustaba. Es por esto, sólo para este momento he nacido, se decía Delfina. Y aferrada a ella seguía Natalia Carvacho consumiéndola, agitando su respiración. Eso no importa. El resto no importa. Esto es simple: no se separaron por el resto de la noche. La conciencia se había aniquilado entre tanto amor y borrachera. Cuando tocó sus tetas le murmuró al oído que moriría con su pezón en la boca. La amaba. No había verdad más profunda que esa. Vente conmigo, duerme en mi cama, mañana te haré un café, prepararé chapati, encenderé la estufa, colocaré una película en Netflix, seré la apoderada de tu hija, te esperaré después de los conciertos. Y te haré escenas de celos, también. Y romperé mi celular contra la pared. Eso no importa. El resto no importa. Ningún día de la siguiente semana Natalia dio señales de vida a Delfina ni viceversa. Delfina revisaba el Facebook de Natalia Carvacho porque era público y la agregó y a la semana fue aceptada. Y le escribió y al mes obtuvo respuesta. Eso no importa, lo que importa es lo que vendría. Compartieron juntas más de diez fines de semanas, más de dos viajes a la playa, seis giras, 57 cafés, 123 cervezas, 61 fasos, 402 orgasmos, 5 completos, 8 pizzas, 32 connilingus y un par, sólo un par, de miradas de odio. Pudieron haber sido perfectas pero la perfección no entraba en este juego. Eso no importa. Bastó un fin de semana sin verse y dos viajes a la playa que posponer y Delfina se encuentra con la imagen de Natalia Carvacho besando a un hombre, primero en un video trasnochado vía Facebook, luego en la casa de ella, después de que sale a buscarla desesperada. En esta parte la música de fondo puede ser Chavela Vargas, pero sólo en esta parte. El hallazgo presencial fue aún peor, para qué describir la bata manchada de semen si habría que adentrarse a describir otras cosas que podrían romper el corazón de cualquiera. El resto no importa. Delfina cierra de un golpe la puerta por fuera y la borra de su vida, del teléfono, del Facebook, de whatssap, bloquea su existencia. Natalia Carvacho se resiste a darle importancia, pero a los tres días llega a su casa, quiere pedir disculpas, quiere decir que no volverá a hacerlo, que pueden ser felices todavía, que si Delfina la perdona dedicará su vida a quitar eso de su memoria. Y Delfina le responde yo moriría con tu pezón en la boca, pero no llorando. Y cerró la puerta. Todo indicaba que sería el final. Aunque era demasiado digno para ser el final. Natalia Carvacho jura reconquistarla, demostrarle su amor y arrepentimiento a punta de canciones. Y sin volver a insistir se encierra a crear, a envolver en letras la imagen de Delfina, a reforzarla con cada palabra, a cantarle que sin ese amor enfermo no puede vivir. Delfina empieza a oírla por la radio, a buscarla en youtube, cada letra habla de ellas, cada canción es un grito de arrepentimiento, una súplica de perdón. Y decide buscarla. Eso no importa, esto es tan simple: Natalia Carvacho ya había terminado su nuevo disco lleno de canciones de desamor, ya se había curado de pena y culpa, ya pensaba en las nuevas giras y en las nuevas penas. Esto no tiene sentido, dijo, es demasiado tarde. Hasta para nosotras existe el tiempo. Y se acabó.

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