Revista Endémica

Literatura

La Gran Intemperie, cuento N°4: LA ESTATUA

Por Claudia Araya

Cuento de Masiel Zagal, escritora maulina. Cuentista y Dramaturga. Autora de “Avenida El Dique”, “Lucila, la niña que iba a ser reina”, “La mujer quebrada” entre otros. Profesora de Castellano y Magister en Humanidades: Literatura y Artes Visuales.

Ilustradora: Paola Alarcón Berríos

No te pierdas cada sábado un cuento distinto e ilustrado de manera exclusiva para esta tercera edición del libro La Gran Intemperie.

 

LA ESTATUA

 

Mi mejor amigo es el padre John y es mucho mejor que tener amigos de mi edad, porque me deja ganar en los juegos y me termino llevando los dulces. El padre John es comprensivo y juvenil, me entiendo cuando estoy enojada y siempre dice que los niños no debemos pasar tantas horas sentados frente a un pizarrón, que se aprende mejor fuera del aula. Por eso deja que yo me vaya a su oficina en horarios de clase y me defiende cuando me escapo de la sala y de la Miss. Déjela no más –le dice el padre John con su voz relajada pero firme- los niños también se estresan. La Miss le dice, como hablando entre dientes, Padre, la Amparo debe estar con el resto de sus compañeros. Quizás la Amparo deba estar donde se sienta mejor, remata el padre con una amable sonrisa. Sé que la Miss se muere de rabia y luego me mira de forma extraña, como hablándome entre dientes con la mirada, como mirándome entre dientes. Yo le doy la mano al Padre John, que me la aprieta suavecito. La Miss sigue mirándome, no se rinde. Tampoco yo me rindo y entonces me adelanto a la frase con la que siempre la despacha el padre: continúe con su noble labor, profesora. El padre John larga una carcajada y me revuelve el pelo al tiempo que entra conmigo a su oficina.

Mi mejor amigo es el padre John y siempre me espera con dulces. Entramos a su oficina y mientras él empieza a cerrar las persianas blancas, yo empiezo a abrir las gomitas que están sobre la mesa. Te compré de esas porque son más blandas y sé que te gustan, dice el padre. Son mis favoritas, le digo, aunque la azúcar al principio me raspa y después me pica. Él sonríe y se sienta frente a mí con mirada tierna, pero de inmediato se pone de pie y le coloca seguro a la puerta. Vuelve a sentarse y a entonar esa mirada. No puedes comer todos los dulces de una vez, murmura entrecortado, tienes que dejar para el juego. ¿A qué vamos a jugar ahora? ¿A qué te gustaría jugar a ti? ¡A la estatua! Entonces los dos nos ponemos de pie.

Mi mejor amigo es el padre John y jugamos a bajarnos los pantalones. ¿Le gustará un dulce a tu boquita? me pregunta y me echa un dulce a la boca. ¿Le gustará un dulce a tu otra boquita? y me coloca el frugilé en mi pompis de adelante, metiendo la mano entre el calzón. Ahí la acomoda con mucha calma y eso me mata de risa, pero no me muevo. El popó está celoso, démosle una gomita al popó, dice el padre con voz triste, entonces me baja un poco más el pantalón y trata de colocar una gomita en el popó, pero se cae. Ah –exclama- es un regodeón, mejor me la como yo. Y me pide que lo mire cuando la saborea. Después saca la gomita de mi vagina y también se la lleva a la boca. Yo muero de risa. Ahora es mi turno y debo echarle dulces adentro del pantalón. Se coloca de pie, se abre la sotana y finge ser una estatua. Entonces yo tomo un puñado de dulces con envoltorio y se lo coloco en su pompis de adelante que ya empezó a crecer. Acomodo los dulces entre sus calzoncillos. Él se mantiene quieto, pero si no consigo que se mueva pierdo el juego. Debo agitar los dulces dentro de su calzón. Mientras más los mueva, más pronto puedo lograr que él se estremezca. Si la estatua se mueve, el padre pierde y yo gano. Si yo gano, y siempre gano, me quedo con el resto de los dulces. Entonces los muevo y muevo hasta que el padre ya no aguanta las cosquillas y se tiene que apoyar sobre el escritorio haciendo ronquidos. Toma los dulces restantes y, con el mismo envoltorio, los coloca dentro de mi calzón. Yo vuelvo a reírme y salgo corriendo de su oficina, con los dulces sonando entre mi ropa.

 

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