Revista Endémica

Literatura

La Gran Intemperie: En la medida de lo posible

Por Claudia Araya

Introducción: La Gran Intemperie es el primer libro de la escritora maulina Masiel Zagal y contiene 10 cuentos. Esta -su tercera edición- será publicada cada sábado a través de Revista Endémica, en donde semana a semana podremos ir conociendo cada uno de sus relatos, los que serán acompañados por una ilustración de un (a) artista maulinx.

Masiel Zagal (Rari, 1984) Cuentista y Dramaturga. Autora de “Avenida El Dique”, “Lucila, la niña que iba a ser reina”, “La mujer quebrada” entre otros. Profesora de Castellano y Magister en Humanidades: Literatura y Artes Visuales.

Ilustración: Paz Ahumada 

 Cuento Número 1: “En la medida de lo posible”

Se podría decir que Raimunda Basoalto no se sentía llamada a nada o a casi nada. La pasión, lo que algunos entendemos por pasión, era para ella sólo una cuestión ligada a las novelas rosas o literatura erótica barata y, quizás debido a esa carencia, digo la carencia de pasión, no se identificaba con ideologías políticas, no se abanderaba con causas sociales ni se declaraba amante del arte. Ineludiblemente aparentaba una leve inclinación a las ideas de izquierdas, pero se trataba más bien de una simpatía -y no quiero con esto parecer despectivo- llena de lugares comunes. Se podría reafirmar, entonces, que la Raimunda Basoalto era una muchacha corriente y acorde a su generación. Hizo su enseñanza media en un liceo técnico profesional y con el Crédito Aval del Estado estudió Nutrición y Dietética en una universidad privada. En resumen, la Raimunda era algo así como la nueva mujer latinoamericana.

¿Qué más puedo añadir que la prensa no haya dicho? No era tan bonita, no era tan intelectual, tampoco era tan cinéfila. Esto último es importante si queremos rearmar el perfil que se ha querido construir de ella. La Raimunda poco sabía de cine, sólo se dedicaba a ver series y documentales. La mezcla de ambos –de series y documentales- surtió en ella un efecto extrañísimo, entre catárquico y convulso, y fue lo que la llevó, pienso yo, a hacer lo que hizo. Entonces eso podemos agregar de ella, capaz: que era una persona receptiva. Bendita sea la Raimunda.

La conocí el primer semestre del 2010, cuando con un grupo de universitarios trabajábamos de voluntarios post terremoto. Durante la pascua de resurrección, y mientras nosotros pegábamos nylon en las mediaguas, ella llegó con huevitos de chocolate sin azúcar para los niños. Nos pareció un acto tan noble e ingenuo a la vez, que esa misma tarde la invitamos a un asado. La Raimunda, que no comía carne de ningún tipo -después los medios la tildarían de vegana sectaria-, llegó con morrones y zanahoria para asar, pero aclaró que era porque padecía gastritis y reflujos y no por opción de vida. Aquella vez, después de hablar temas ligeros como su experiencia con el terremoto y las comidas grasas, se retiró notoria aunque no excesivamente ebria.

La volví a ver un par de veces en contextos similares o al menos parecidos. En una feria de autogestión, por ejemplo, donde no vendía ni compraba nada, pero su cara sin expresión –que era como la cara de quien practica austeridades en silencio- parecía contener un leve regocijo. Otra vez la vi en los martes de documentales del centro de extensión de una universidad, no recuerdo qué documental era pero sí que la divisé tomando apuntes en una libreta diminuta. Me pareció que lloraba, luego me abstuve de hablarle. En el año 2013 nos encontramos en una marcha a mediados de mayo, me contó que se iría a trabajar a Santiago, no supo explicarme dónde, dijo que no tenía importancia.

Y no la vi más hasta que apareció en los noticieros a mediados de septiembre del mismo año. Bendita sea la Raimunda y su latinoamericana juventud. El resto de la historia la armé por conocidos en común, por los diarios y por la tele.

Como decía, la Raimunda parecía no sentirse llamada a nada pero sin duda podía ser una mujer enérgica y con iniciativa. Al mismo tiempo que trabajaba en Santiago, preparó un currículum con experiencias y recomendaciones poco comprobables y se dirigió a la empresa concesionaria de la cocina del recinto penitenciario en Til – Til para trabajar en Punta Peuco. Tras entrevistas con el director, el subdirector, el jefe de personal y el encargado de área, y después de largas semanas de espera, quedó seleccionada para estar tres días a prueba como asistente en nutrición.

Raimunda no dilató su plan.

El primer día observó y se dedicó a dar, tímidamente, algunos consejos sobre la alimentación de los reos. Insistió en que debía disminuirse el nivel de sal y grasas, insinuó que durante la mañana lo mejor era un batido de frutas y verduras, propuso que los asados de fines de semana fueran protagonizados por carnes blancas y ni se asomó al salón, desde donde provenían murmullos y carcajadas por sobre el ruido del televisor encendido.

El segundo día podía ser demasiado tarde y ya era momento de actuar.

Cuando se disponían en la cocina a preparar el almuerzo, Raimunda se asomó fugazmente al hall, donde pudo ver a Krassnoff sentado frente al televisor. Se acercó con paso lento y distraído hasta quedar de pie a su lado. Krassnoff, al verla, la saludó con un leve y cordial movimiento de cabeza, a lo que ella respondió con una tímida sonrisa. Tuve el atrevimiento de revisar sus antecedentes médicos, le dijo la Raimunda cuando se paró a su lado. Ninguno dejaba de mirar la tele encendida, casi sin audio. Recién la próxima semana podré pedir nuevos exámenes, pero creo que es urgente cambiar la alimentación, agregó sin inmutarse la Raimunda. ¿Usted quién rayos es?, preguntó Krassnoff con un dudoso tono que alcanzaba la prepotencia y cortesía en igual grado. Soy la nueva nutricionista, estoy a prueba no más, pero por su bien y el del resto espero que me dejen trabajando, parloteaba ella sin despegar la mirada de la tv, lo que la hacía más creíble. Me gusta esta comida, se supone que alegó él a lo que ella respondió no me alegue antes de tiempo, el cambio no será brusco, de a poquito para que el organismo no se resienta. Así se dio la conversación, según las conclusiones que yo saco tras leer la prensa, cosa rara pero creíble porque hay varios testigos de esa fugaz amistad. Quizás por primera vez en su vida la Raimunda quiso caer en gracia. Y Krassnoff ya no quería nada. Agradezco sus buenas intenciones, pero si nos quita la buena mesa ¿qué nos queda?, presiento que apeló él a lo que la Raimunda posiblemente respondió: no sea llorón, piense en los niños de África, además ya le dije, la comida no variará, sólo su preparación. Más le vale, mijita, volvió a llorar Kassnoff, porque acá nos dan como único privilegio poder elegir el almuerzo. Pues se están suicidando, interrumpió enfática la Raimunda, perdone la brusquedad, pero se están matando con la comida que eligen. Exagera, mijita, pudo haber dicho Krassnoff pero sospecho que Raimunda volvió a interrumpir: dicen que un torturador no se redime suicidándose pero que algo es algo, ¿quiere darles en el gusto? Ahí posiblemente hubo un silencio incómodo, lo cierto es que la Raimunda seguía mirando la tele mientras Krassnoff celebraba su sentido del humor. La Raimunda, que no se reía mucho, esta vez se rio con él para luego volver con paso firme a la cocina, fingiendo no percatarse de sus colegas, que la observaban con curiosidad.

Esa vez tocaba puré con pollo arvejado. Repita después de mí, le había dicho antes a Krassnoff: ar-ve-ja-do, no alverjado. Hay que respetar el uso popular, le habría dicho el torturador y ella dio a su favor, sí, le dijo, tiene razón. Y ya en la cocina orientó en su preparación. Use sólo aceite de oliva, última vez que le coloca leche entera al puré, reduzca la sal en una cucharada, para la próxima temporada compren arvejas y congélelas, no le eche cubo Maggie por dios ¿quiere matar a estos hombres?, sólo aliños primarios como ajo y orégano, hay que reducir el ají, aumente el jengibre y el cúrcuma ¿en serio no conoce sus propiedades?, y de gaseosas nada, y perdone lo enfática, nada, sólo jugo natural, no necesitan más azúcares que las que tienen las frutas, pero puede agregarle estevia. Todo esto yo lo imagino, nadie me lo contó, no aparece en ningún diario, no se sabrá de nadie más. Trato de reconstruir la historia con sentido. La Raimunda no era efusiva, pero sí enérgica, ya lo dije.

Se rumorea que se acercó a la ventana y vio a un par de ancianos jugando tenis. ¡Los rotitos!, declara uno de sus colegas que exclamó la Raimunda, pero con un gesto de satisfacción nada sospechoso.

¿Cómo lo hizo para lograr su plan? No hay mucha información al respecto, pero copio y pego la redacción del modus operandi que publicó Diario El Mercurio el 16 de septiembre de 2013, en la página 5.

Según peritos informáticos de la fiscalía norte, la imputada habría visitado hasta el 5 de septiembre diferentes páginas web con información sobre venenos para ratas, algunas de ellas decían relación con veneno casero, por lo que se infiere que trató de prepararlo ella misma. Cuando en el interrogatorio se le preguntó por qué descartó el veneno hecho en casa, la criminal respondió fríamente que ‘era mucho hueveo’. Los peritos informáticos no han encontrado más evidencias además de estas páginas webs visitadas, no hay llamadas telefónicas ni correos electrónicos comprometedores, salvo la boleta por brometalina en su bandeja de entrada, pues compró el veneno por internet. Dato curioso es que la asesina pagó más por el envío que por el producto en sí. Cuando se le consultó el motivo, manifestó que ‘me daba una paja enorme ir a la tienda’. Cuando le consultaron por qué no eliminó ninguna evidencia, la mujer se extendió explicando: ‘en primer lugar porque la justicia chilena es de una destreza increíble y me habría encontrado de inmediato; en segundo lugar, y la más importante, porque no estaba ni ahí con hacerla piola’. El fiscal manifestó que lo anterior da pistas sobre una personalidad convulsa con claros rasgos psicopáticos, lo que hasta el cierre de esta edición está siendo investigado por connotados psiquiatras nacionales de Santiago. Según se puede comprobar en la factura, el veneno fue comprado el mismo día que le confirmaran que sería puesta a prueba y, tal como se indica en la guía de despacho, llegó a su domicilio justo el día anterior de ser utilizado.

Ya lo dije anteriormente: la Raimunda no dilató el plan. Sobre cómo lo llevó a cabo de forma tan exitosa no hay demasiada información y yo no me atrevo a aventurar, pues ni viendo fotos en Google puedo imaginar cómo es el penal Punta Peuco por dentro. Pienso en cuál fue el momento que utilizó para introducir el veneno en la comida o incluso cómo fue que logró ingresarlo a una cárcel. Qué artimañas habrá utilizado la Raimunda, me pregunto, y también se lo pregunto al resto. Nadie sabe, así es que para acercarme a la verdad prefiero citar la información que apareció en el diario La Cuarta el 12 de septiembre de 2013, día posterior del acontecimiento.

El personal de turno, que estaba al pesque de la recién llegada, asegura que la galla tuvo buena onda con Krassnoff, el que echadito atrás viendo la tele se mataba de la risa con sus tallas. Así fue como la Raimu, como le dicen sus pocos amigos, volvió a la cocina con un triunfo al hombro, ganándose el respeto y admiración de sus nuevos colegas, a los que los milicos presos no pescaban ni en bajá. Dio un par de recomendaciones, movió un par de frascos, un par de cajas y botó la sal fina. Y fue todo. Los testigos no vieron nada, nadie sabe cómo ni en qué momento el veneno de ratas fue a dar a la comida.

Lo cierto es que ese fatídico 11 de septiembre, alrededor de las 14:50 horas, agonizaban en sus respectivos cubículos figuras emblemáticas de la dictadura militar chilena como Moren Brito, Pedro Espinoza, Álvaro Corvalán, Manuel Contreras y el resto de sus secuaces. Miguel Krassnoff, en cambio, que también agonizaba, lo hacía echado en el sillón, frente a una tele sin volumen, ahí mismo donde un par de horas antes se había reído con su asesina. Eso dice la prensa que dijeron los testigos. Cuando el equipo de paramédicos intentaba la reanimación, el único que quedaba vivo era el Mamo Contreras, del que se dice botaba espuma por la boca y la nariz. Algunos comentan que también por los oídos y el ano, pero yo lo pongo en duda. Cuando se hubo confirmado la muerte de todos los internos, identificar a la Raimunda como la principal sospechosa fue cosa de mera lógica y dar con su paradero apenas un trámite: ni por pienso intentó esconderse o huir. Fuerzas especiales irrumpió en su casa mientras ella, con su piyama de polar puesto, se disponía a estrenar su cuenta de Netflix. Ni mucho peritaje ni gran operativo necesitaron para capturar a la multicida, toda una frustración para las distintas ramas armadas y de investigación.

Ahora la cuestión es por qué lo hizo si nunca se sintió llamada a nada. Yo insisto con mi hipótesis: la Raimunda veía mucha tele. Sólo series y documentales, de acuerdo al perfil que reconstruyo de ella, pero recordemos que ese 2013 fue un año particularmente rememorativo de la dictadura militar y del rol que cumplió cada una de las víctimas del puré con veneno de ratas. La Raimunda diría después que le dio rabia. Y ése es hasta ahora el único móvil que se conoce del crimen: la rabia.

El 22 de septiembre apareció en El Mercurio una breve descripción de la personalidad de Raimunda, después de haber sido estudiada por connotados psiquiatras de universidades santiaguinas. En un recuadro de la página 6 –recuadro al margen de una nota más extensa titulada “Cómo fue la infancia de Raimunda Basoalto”- se mencionaban algunas de sus características patológicas que a mí a todas luces me parecen exageradas. El recuadro parte diciendo: Tras extensos análisis psiquiátricos que observan la personalidad de esta extremista, se ha logrado esclarecer que la asesina de los militares chilenos padece un notorio complejo de ensoñación, un estilo de vida tipo parasitario, conductas violentas con alto grado de sadismo, rasgos narcisistas de carácter, ausencia de metas realistas, carencia de sensibilidad frente al sufrimiento ajeno, ausencia de sentimientos de empatía o remordimiento, así como un alto nivel de desconexión con la realidad, todo lo cual la lleva a dar respuestas absurdas e irónicas a través de las cuales demuestra no estar al tanto de lo que ha hecho ni del daño provocado a la familia militar y sociedad chilena.

La prensa se obsesionó durante años con la Raimunda, hay que decirlo. Y ella, aunque nunca fue muy efusiva, se veía que lo disfrutaba. Su rostro, que por temor al mal uso parecía no haberse usado jamás, en las fotografías revelaba un nuevo gesto, una expresión graciosa que no era precisamente alegría, me atrevo a juzgar que era sólo buen humor. Desde un comienzo se convirtió en una especie de rockstar y siempre afuera del juzgado, e incluso de la cárcel, hubo seguidores y detractores. Hay poleras con su rostro. Ceniceros también.

El 13 de septiembre del año 2015, cuando ya llevaba dos años en la cárcel de alta seguridad y pesaban sobre ella dos cadenas perpetuas, el diario El Mostrador le hizo una extensa entrevista, la que no transcribiré completa por cuestión de espacio pero me interesa apuntar algunos comentarios que llamaron mi atención, como: me sacudió una felicidad inconsolable cuando supe que habían muerto todos. ¿Por qué lo hiciste?, insistió la periodista justo después de esa frase. Porque tenía rabia, repitió la Raimunda.

P: ¿Crees que fue un acto de justicia?

R: En la medida de lo posible.

P: ¿No piensas que más bien fue venganza?

R: Venganza sería abrirlos con un corvo y tirarlos al mar.

 

 

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